En la foto que Reuters envió unas horas después de la
tragedia puede verse al señor Juan Pío Paiva, en ropa deportiva pero bien
peinado, y con mucho dominio de sí mismo, enfrascado en una conversación
telefónica con un aparato celular tan voluminoso que parece de modelo antiguo
y, por lo tanto, prestado. Las utilidades de un supermercado como el Icuá
Bolaños, con capacidad para rostizar a 325 personas en forma simultánea,
seguramente le permitirían adquirir un aparato más moderno y cómodo, acaso en
el departamento de telefonía portátil de su propia tienda. Tal vez Pío Paiva
haya girado órdenes de rescate prioritario de los productos allí expuestos y
éstos se encuentren a salvo en sus estuches. A fin de cuentas, cuando el local
se incendió la preocupación de este comerciante fue preservar su mercancía y,
con el propósito de evitar saqueos, ordenó a sus empleados que cerraran las
puertas. Hay, a este respecto, el testimonio de un bombero que fue recibido a
tiros por los guardias de seguridad cuando trató de meterse al local
incendiado.
La lógica de la ganancia es así, y tal vez resulte frívolo
ensañarse con Pío Paiva y su hijo Daniel por haberse comportado según normas
que ellos ni siquiera dictaron. En armonía con esa misma lógica, el Sistema
Nacional de Televisión (SNT), Canal 9, la empresa televisiva Cerro Cora, S. A.,
única concesionaria paraguaya que cuenta con una página web conocida, promovía
en ella la telenovela Cuando
seas mía y
ofrecía una sinopsis: “Paloma es una mujer joven que trabaja como recolectora
de café, pero a ella no le atrae seguir esa vida por siempre, ya que la
superación es su descanso, leyendo libros y cuadernos, imaginándose una y otra
vez el día que llegue hasta ella el hombre ideal. Con la muerte del gran
patriarca del café, don Lorenzo, sus herederos se reúnen en Casa Blanca, donde
Paloma conocerá a Diego, quien es nieto de don Lorenzo y sólo espera terminar
sus estudios para poder encargarse de Casa Blanca, ya que es su única ilusión
porque en el amor se siente totalmente desilusionado”. Ni una palabra del
incendio que, según el presidente Nicanor Duarte, ha sido la peor tragedia en
la historia paraguaya desde la Guerra del Chaco, ni de los 14 cadáveres
infantiles rescatados de la sección de juguetes del establecimiento, ni de las
familias de los muertos, ni del sufrimiento de los intoxicados y quemados que
lograron salir con vida del supermercado Icuá Bolaños.
Lo ocurrido el domingo en las afueras de Asunción tiene en
México una referencia insoslayable: el incendio de la discoteca Lobohombo,
ocurrido en octubre de 2000 en México. En ese entonces, los propietarios del
lugar ordenaron bloquear las salidas de emergencia para evitar que los clientes
se fueran sin pagar la cuenta. Al igual que en el antro mexicano, en el
supermercado paraguayo los hidrantes no servían y se habló de omisiones de las
autoridades encargadas de autorizar y supervisar la construcción y los
dispositivos de seguridad del local. En ambos casos, cabe suponer, las
omisiones y negligencias oficiales fueron alentadas, también, por la lógica de
la ganancia: cuesta más ir al sitio a hacer una inspección que extender la mano
para recibir un dinerito.
Algo habría que hacer para que no se repitieran nunca la
serenidad facial de Pío Paiva, propietario del Icuá Bolaños, la impunidad --hasta
la fecha-- de Alejandro Iglesias Rebollo, propietario del Lobohombo, y otras
circunstancias semejantes. Pero, para ser justos, esos empresarios actuaron, en
los momentos respectivos, de acuerdo con la lógica imperante y, desde un punto
de vista estrictamente gerencial, habría que aplaudirles porque entendieron y
aplicaron a cabalidad el orden de prioridades que nos rige: hay que preocuparse
primero por la utilidad, luego por los activos y después, y si queda tiempo,
por los seres humanos.
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