17.8.04

Vocación principal


Japón posee una cultura profunda y milenaria, géneros propios de literatura y artes plásticas, escénicas y marciales, escuelas tradicionales de medicina, una gastronomía refinada y un gusto por la vida en el que, para envidia de Occidente, lo apolíneo con lo dionisiaco parecen darse la mano. Un atisbo genial de ese gusto puede encontrarse en el Elogio de la sombra (1933), de Junichiro Tanizaki, libro tocayo del de Jorge Luis Borges en el que se formula una advertencia sutil y profética sobre los riesgos de dejarse llevar por las tentaciones de los modos occidentales.

A mediados del siglo pasado el país fue llevado, por sus generales y sus cortesanos, a una guerra arrogante y desastrosa que culminó con el bombardeo indiscriminado de la población civil japonesa por la fuerza aérea de Estados Unidos, la cual, en Tokio, llegó a arrojar en una sola noche --la del 9 al 10 de marzo de 1945-- mil 665 toneladas de bombas incendiarias sobre barrios de edificios de madera densamente habitados. El cínico general Curtis LeMay (quien más tarde propuso lanzar artefactos nucleares sobre Vietnam del Norte para colocar a ese país en la edad de piedra) se refería a esas atrocidades, y no a los bombazos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki, cuando soltó su apreciación célebre de que “si (los mandos estadunidenses) hubiéramos perdido, habríamos sido procesados como criminales de guerra”.

Los japoneses que quedaron vivos fueron capaces de construir, sobre las ruinas humeantes y radioactivas en que quedó convertido su país tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, una democracia parlamentaria inspirada en los modelos europeos. Entraron a la segunda mitad del siglo XX como un país maquilero y fabricante de baratijas --todavía en los años 60 y primeros 70 la rúbrica Made in Japan era sinónimo de mercancía deleznable, de ínfima calidad y precio módico-- y culminaron esa centuria como una potencia industrial, tecnológica, comercial y financiera de primer orden que encandiló, con sus tasas de desarrollo, a varios gobernantes tercermundistas infatuados.

Made in Japan es ahora emblema de productos refinados, caros y de gran calidad, y hace mucho que heredó sus connotaciones negativas a los sellos Made in Taiwan y Made in China. El milagro japonés dio empleo, educación, vivienda, salud, cultura y esparcimiento a la gran mayoría de los ciudadanos; ah, y para mayor gloria, sin renunciar a una estricta y amorosa conservación de las tradiciones ancestrales. Japón tiene, hoy, emporios industriales, automovilísticos, bancarios, aeroespaciales y de telecomunicaciones. Los niveles de vida y escolaridad de sus habitantes están entre los más altos del mundo. Además, Japón posee las patentes de varios de los más importantes símbolos contemporáneos de la felicidad: videocámaras, reproductores de MP3, automóviles de lujo y otros consoladores espirituales con circuitos de alta integración.

Después de tantas y tan arduamente logradas consecuciones, cabría esperar que los japoneses vivieran en un nirvana social y civilizatorio de poca madre. Pero según un despacho reciente de la agencia Kyodo, el año pasado 34 mil 427 ciudadanos escaparon de su paraíso por la puerta definitiva del suicidio, lo que representa la cifra más alta desde 1978, año en que empezó a llevarse un recuento estadístico de los que se quitan la vida. 2.7 por ciento de los japoneses consiguen matarse (no tengo la cifra de quienes lo intentan). Entre sus motivaciones destacan las enfermedades y las presiones económicas, y el entusiasmo suicida contagia a todos los grupos de población.

Si uno lleva a sus últimas consecuencias la frase de Kurt Vonnegut (“ocupación principal: estar vivo; vocación principal: estar muerto”), no habría de que escandalizarse. Pero los datos mencionados provocan inquietud hasta en Japón, y el diario Yomiuri Shimbun pidió al gobierno, en un editorial reciente, que organice investigaciones que permitan, a su vez, comprender esta propensión de los japoneses a empeñarse cuanto antes en su vocación principal. A mí me parece que las cifras japonesas de suicidios arrojan alguna duda sobre la pertinencia de buscar la felicidad de las naciones por la vía de los indicadores industriales, comerciales y financieros.

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