31.8.04

Mentiras y comillas


Hace poco un lector amigo me criticó por poner entre comillas la “guerra contra el terrorismo” emprendida por George W. Bush desde el año antepasado, me reprochó la pobreza del recurso irónico y me instó a aclarar el sentido preciso de esos signos de puntuación. Le respondí que usaba las comillas porque, a mi entender, aquello no es una guerra ni es contra el terrorismo ni es contra nada en especial, sino la formulación de una nueva estrategia imperial y hegemónica y la aplicación de un plan de negocio para las mafias de contratistas que frecuentan la Casa Blanca.

Si se deja de lado que la palabra guerra implica un mínimo nivel de organización en el ejercicio de la violencia --bandos definidos, teatros de operaciones, inicio y fin reconocibles--, entonces se le puede llamar guerra a lo que los nazis le hicieron a los judíos. Si se asume que la preposición “contra” requiere, antes y después, de identidades antagónicas o por lo menos claramente distintas, resulta cuestionable que un terrorista como Bush pueda presentarse como opuesto a un método de acción política e ideológica al que su gobierno recurre de manera regular. Y ese método, el terrorismo, es merecedor también del confinamiento entre las comillas, porque la campaña de Bush no está dirigida a erradicar o combatir el terrorismo, sino a liquidar a algunos enemigos específicos de Estados Unidos, no todos los cuales echan mano del terrorismo. Por esas razones la “guerra contra el terrorismo” de Bush es tan entrecomillable como lo sería “promoción del catecismo” si Larry Flint pretendiera colgarle esa etiqueta a sus actividades en la industria editorial.

Si hiciera falta alguna demostración de la parcialidad y el doble rasero con que el gobierno de Bush entiende el término terrorismo, bastaría con ver la amable acogida que las autoridades de Washington otorgaron a los terroristas cubanos recientemente liberados por el gobierno panameño. Uno de ellos, Luis Posada Carriles, es un criminal confeso, entrenado por la CIA para asesinar civiles en su país. Posada Carriles participó en la ejecución del atentado contra un avión de Cubana de Aviación, en 1976, que dejó casi un centenar de muertos. Juzgado y sentenciado en Venezuela, escapó de ese país y volvió al negocio del asesinato de inocentes y, en entrevista con The New York Times, se declaró responsable de la organización de atentados dinamiteros en hoteles y restaurantes de La Habana, en los que murió una persona y 11 resultaron heridas. Para que la expresión “guerra contra el terrorismo” pudiera saltar fuera de sus comillas, el gobierno de Bush tendría que poner a Posada Carriles en un sitio cercano al que ocupa Abu Mussab al Zarqawi en su lista de terroristas más buscados. Pero así como Anastasio Somoza padre no era, según expresión de Franklin Delano Roosevelt (aunque otras fuentes atribuyen la expresión al secretario de Estado Cordell Hull, y ponen como destinatario de la calificación al dominicano Rafael Leónidas Trujillo), un hijo de puta cualquiera, sino “nuestro” hijo de puta, y merecía por ello consideraciones especiales, Posada Carriles puede respirar tranquilo el aire cálido de Florida porque la “guerra contra el terrorismo” no apunta a los terroristas de Estados Unidos.

A finales del milenio pasado el presidente Bill Clinton tuvo algunos escarceos sexuales con Monica Lewinsky y luego negó lo ocurrido. Los conservadores de su país lo crucificaron por mentiroso y estuvieron a punto de sacarlo de la Casa Blanca. De no ser por los intereses políticos y mediáticos estadunidenses, el episodio no habría tenido más consecuencias que un pleito conyugal chico, mediano o grande (pero privado) entre Hillary y Bill, y una factura de tintorería para que Monica recuperara su vestido manchado con semen presidencial. Ahora el turbio sucesor de Clinton formula una cadena de mentiras (guerra contra el terrorismo, armas de destrucción masiva, alianza entre Saddam y Bin Laden, refuerzo de la seguridad nacional, democratización de Medio Oriente) que le dan margen para matar a decenas de miles de iraquíes y causar la muerte de un millar de estadunidenses, y parecía, hasta hace poco, que nadie iba a decir nada. Pero el domingo cientos de miles de estadunidenses tomaron las calles de Nueva York para manifestar su repudio a ese presidente mentiroso y criminal, para expresar su vergüenza por tenerlo como máximo representante del país y para pedir al resto de sus conciudadanos que no cometan el error de reelegirlo. No fueron manifestaciones a favor de John Kerry, sino protestas contra la mentira y el cinismo, y en ellas el país vecino mostró sus magníficas reservas éticas. Ojalá que las marchas de Nueva York hagan abrir los ojos a los estadunidenses de buena voluntad y que a partir de enero próximo ya no sean necesarias las comillas para referirse a los puntos esenciales del discurso oficial de Estados Unidos.

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