La clase política española se ha felicitado por la enésima
decapitación de ETA y ha insistido en que esa organización terrorista está “liquidada”,
en “desmoronamiento” o “débil y casi derrotada”. El diagnóstico coincide con
los números: en lo que va de este año los etarras apenas lograron casar heridas
leves a tres personas y sus atentados han quedado reducidos a un catálogo de
malas intenciones: petardos impotentes, camionetas explosivas capturadas por la
policía antes del plazo mortífero, intentos inútiles de derribar torres de
energía eléctrica y maletas con vocación reventadora que no consiguen
descuartizar a nadie. Ese saldo esperanzador para el sentido común, y
deprimente para cualquier terrorista orgulloso de serlo, contrasta, sí, con las
95 personas que en 1980 fueron enviadas al otro mundo en nombre de la
independencia y la integridad territorial de Euskadi, la revolución y el
socialismo y hasta con los tres asesinados por ETA el año pasado.
Las redadas del fin de semana en varias localidades
francesas, en las que cayeron, entre dos decenas de supuestos etarras, Mikel
Albizu y Soledad Iparragirre, presuntos cabecillas de la organización, dejaron
además en manos de la policía una abundante cosecha de explosivos de alta
potencia, decenas de miles de cartuchos, docenas de fusiles de asalto y armas
de calibre mayúsculo: granadas antitanque, morteros y lanzagranadas. Las
autoridades divulgaron el dato de que en la casa de Albizu se halló una impresora
industrial empleada para editar Zutabe, boletín interno de la
organización, y subrayaron con entusiasmo la conjetura de que era el propio
gerifalte etarra el encargado de presionar los botones del aparato. “El hecho
de que fuese el jefe del aparato político el encargado de reproducir los
ejemplares de Zutabe es
una muestra de los momentos de debilidad por los que atraviesa la banda
terrorista”, dice un despacho de Europa Press. El relato oficial indica, pues,
que la directiva de ETA tenía exceso de trabajo por falta de personal y se
hallaba sentada sobre un arsenal vasto pero de dudosa utilidad, dada la escasez
de operadores.
Este panorama verosímil omite consideraciones que casi nadie
quiere oír, ni leer, en España y en muchas otras partes, México incluido: la
capacidad de la organización terrorista de sobreponerse a sus certificados de
defunción y a los muchos descabezamientos que ha sufrido desde hace 30 años,
así como la desagradable posibilidad de que esa longevidad rasputinesca o
draculiana sea indicativa de un fenómeno que no es meramente policial, ni de
exclusiva delincuencia común, sino expresión, también, de problemas sociales y
políticos.
Tal vez ahora sí los remanentes de ETA entren en razón y se
concentren en su principal obligación histórica, que es desaparecer para
siempre y dejar que los vascos, los españoles y los vasco-españoles resuelvan
sus asuntos sin el sobresalto de las bombas y por medio de negociaciones
políticas en las que no muera nadie, a no ser de tedio. Pero esperar a que los
asesinos iluminados sean razonables parece casi tan irrazonable como los
pronunciamientos etarras. Tiene más sentido buscar ejercicios de lucidez en los
políticos de toda la península --así lo digo para quedar en un punto
equidistante entre los independentismos, los autonomismos y los partidarios
(apenas ocultos tras un bigote) de la España “una, grande y libre” del
franquismo--, quienes a estas alturas tendrían que ponerse a hacer su tarea y
dejar de culpar al Mal por existir, que es poco más o menos la manera en que
han venido explicándose esa faceta horrorosa de Ave Fénix que ha presentado,
hasta ahora, la organización terrorista.
Temo que la liquidación definitiva del grupo armado no tendrá
lugar en los cuarteles policiales, o no sólo en ellos, sino que debe operarse,
también y principalmente, en el ámbito político. No se trata, a estas alturas,
de sugerir negociaciones de paz con una facción (o con sus restos) que
manifiestamente no la desea, sino de sanear y dignificar los entornos sociales
que constituyen la base de apoyo y el semillero de los etarras. Acúsenme de
apología del terrorismo, si gustan, pero admitan que su país del primer mundo
sigue produciendo jóvenes que no encuentran más lugar social que detrás del
gatillo de una escuadra, en los encontronazos amargos de la kale borroka o en
los infiernos de la clandestinidad armada; tengan el valor de admitir que en el
País Vasco hay un ámbito político y social demasiado extenso para ser enviado a
la cárcel, lo suficientemente vasto como para generar sindicatos, organismos no
gubernamentales, periódicos y partidos --eso que el oficialismo español
denomina “el entorno de ETA”--, que no encuentra cabida en la democracia y no
necesariamente se encuadra, en automático, en el terrorismo. Hagan algo en ese
terreno y acaben de una vez con esta pesadilla, por menguante que parezca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario