19.10.04

Tres escenas vascas


Primera escena. Los chefs Juan María Arzak y Pedro Subijana acudieron ayer a rendir sendas declaraciones ante el juez Fernando Andreu, de Madrid, ante quien están imputados de colaborar con banda armada. José Luis Beotegui, uno de los presuntos etarras capturados a principios de este mes, los acusó de pagar a ETA el llamado “impuesto revolucionario”: 36 mil euros cada uno. Un dineral, sí, incluso para un empresario gastronómico del País Vasco, donde la gente suele comer bien y mucho. A su salida del tribunal los acusados no quisieron precisar ante la prensa si habían confirmado o desmentido la imputación, y como no dijeron sí ni no, da la impresión de que más bien sí. Puesto en sus zapatos y su circunstancia, me pregunto si yo tendría el valor de negarme a colaborar con unos matones de teorías blindadas y un manojo de cartuchos parabellum en alguna parte de la praxis, y me respondo que tal vez no, de la misma forma en que no lo tengo para rehusarme a entregar las llaves del coche a un malhechor de crucero. ¿Colaboración con banda armada? Podría entender el cargo si, por convicción o bajo cuerda, los cocineros se hubiesen prestado a liquidar comensales selectos --socialistas o populares-- agregando una pizca de cianuro a la receta tradicional del marmitako o aderezando de manera letal las guarniciones del begi haundi. Pero Arzak y Subijana sólo quieren hacer su trabajo, y representan más bien a los incontables vascos atrapados entre la espada de un nacionalismo frankensteiniano y criminal y la pared de una institucionalidad inflexible, literal y miope que se apresta a juzgar --y ojalá que no llegue a hacerlo--, por colaboración con banda armada, a dos que son más bien víctimas de la banda.

Segunda escena. Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, dio a conocer que un trabajador de ese diario, cuya identidad quedó en reserva por motivos de seguridad, recibió una carta con amenazas de ETA, que le lanza la acusación ominosa de hacer un “trabajo de intoxicación contra el movimiento de liberación vasco”. Ramírez lamentó que España sea “el único de la Unión Europea en el que la libertad de expresión está coartada por una banda terrorista” y destacó que es “impensable” que pudiera andar sin escolta como hacen sus colegas de The Guardian (Londres), Corriere della Sera (Roma) o Libération (París). Las medidas de seguridad de los directivos de medios en España, dijo, “forman parte del paisaje, pero no podemos acostumbrarnos a ello”. Además, acusó al gobierno vasco de “no haber tomado ninguna medida al respecto” y reclamó a las nuevas autoridades de Madrid “que pongan todos los medios para que situaciones como ésta no continúen existiendo” y “para defender el derecho a la información de toda la gente”. No sé si Ramírez está en lo cierto acerca de la inacción del gobierno vasco, pero en lo demás tiene toda la razón: andar con escoltas destruye la vida de cualquiera casi tanto como un atentado, sea cual sea su grado de éxito, y cualquier intento de coartar la libre expresión es inadmisible. Mucho ganaría la convivencia civilizada si los de El Mundo se solidarizaran, en esa inteligencia, con sus colegas de Egin y Gara ante la persecución judicial de que son objeto, y si estos últimos hicieran otro tanto con el periodista anónimo que se encuentra bajo amenaza etarra.

Tercera escena. Unos 200 individuos que se identifican como integrantes de la izquierda abertzale toman durante una hora el ayuntamiento de Andoain (Guipúzcoa) para protestar por la prohibición legal de sus organizaciones. El alcalde, el socialista José Antonio Pérez Gabarain, anuncia que ha interpuesto sendas querellas judiciales contra los manifestantes y contra la Ertzaintza, la policía vasca, porque los efectivos de ésta llegaron al lugar de los hechos cuando los abertzales ya se habían retirado. El gobierno autonómico, controlado por el PNV y que controla a su vez a la Ertzaintza, evitó una confrontación violenta, pero el señor Pérez Gabarain es parte de esa pared que aspira a juntarse con la espada, sin importarle quién esté en medio, y la espada, como todo mundo sabe, carece de la virtud de la razón. ¿Y si en vez de llamar a la policía alguien llamara a la distensión y a la sensatez? 

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