Vaya, pues: así que el escurridizo
Peña Nieto es “el más interesado” en discutir con sus
adversarios, y si no los ha convocado a un debate en la sala de su
casa es porque no sabe cómo localizarlos.
Aparte de esa mentira, gorda y jugosa
como cucaracha del trópico, en la
entrevista del abanderado priísta con Univisión –con un
entrevistador complaciente: León Krauze– fue perceptible la
zalamería hacia Washington. “Quiero con Obama o quiero con Romney”
podría sintetizarse: todo irá bien entre los dos países –comercio,
migración–, gane quien gane en la elección de noviembre en
Estados Unidos, y con la sola condición de que él, Peña, se alce
con el triunfo en México cinco meses antes.
En materia de seguridad, combate
antidrogas y lo demás, tomen lo que gusten, e incluso más
cooperación que la que ha habido con Calderón, y nada de
despenalización de las drogas.
Los antecedentes del mexiquense indican
que es un hombre conservador, ortodoxo y autoritario, y no hay de que
sorprenderse si ahora se dice dispuesto a continuar el entreguismo
calderonista –el michoacano también asegura que respeta la
soberanía– en materia de seguridad. Y aunque no lo estuviera, uno
de los telones de fondo de la conversación es la frase con la que
Hillary Clinton habría resumido, en julio del año pasado, su
sentir con respecto a Peña Nieto: “over my dead body”.
Uno piensa que la señora no tiene el
menor derecho a decir eso que dicen que dijo y que si muere de un
berrinche por algo que ocurre en México, muy su problema. Pero tal
vez Peña no piense así y concluya que más vale quedar bien con las
autoridades del país vecino, las cuales, también se ha dicho,
preferirían ver en Los Pinos a Josefina Vázquez Mota.
Si Peña creyera en la pertinencia de
las decisiones soberanas y en la abrumadora ventaja que le atribuyen
las encuestas orgánicas, correría a ponerse una camiseta de Pancho
Villa, asumiría de inmediato un discurso nacionalista y hasta con
ribetes antiyanquis. Con eso consolidaría una ventaja irremontable
sobre Vézquez Mota y, de paso, le desbarataría la campaña a López
Obrador, el único de los tres que aún hace referencia al asunto de
la soberanía.
Pero Peña Nieto no tiene las cosas muy
claras en materia de autodeterminación e independencia y tal vez no
esté muy convencido de esos porcentajes suculentos que GEA-ISA y
otras por el estilo le hacen llegar todas las mañanas a su mesa del
desayuno y que son tan veraces como esa súbita postura: “me muero
por debatir”.
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