Ocurrió: por conducto de Joaquín
López Dóriga, Televisa se quitó la máscara, embistió de frente
al candidato presidencial de las izquierdas y admitió, por la
omisión del silencio, que es el verdadero partido político detrás
de Peña Nieto. El lector de noticias se exasperó porque López
Obrador explicó su ausencia en uno de los debates realizados por los
aspirantes presidenciales hace seis años porque, dijo, previamente
la empresa televisiva le había preparado una trampa para después
del encuentro, con mesa de opinión y encuestas listas para sostener
que había perdido el debate.
–¡Miente López Obrador! ¡Miente,
miente! ¡Es un mentiroso! –estalló López Dóriga ante el
micrófono de su programa en Radio Fórmula, el miércoles pasado. El
tabasqueño recogió el guante y pidió un espacio para ejercer su
derecho a réplica, el cual le
fue concedido poco después del mediodía de ayer.
Entre un suceso y otro, durante toda la tarde del miércoles, López
Dóriga se cocinó a fuego lento en las expresiones de desprecio que
bullían en las redes sociales.
A lo que puede verse, el locutor no
midió bien el terreno y no cayó en la cuenta de que el monopolio de
las cámaras ya no es lo que era hace seis años y que, como
dijo hace poco Juan Luis Cebrián, la columna
vertebral de la opinión pública se ha ido trasladando de los medios
tradicionales a las redes sociales. El empleado de Televisa tampoco
ha comprendido una de las paradojas de la comunicación en el México
contemporáneo: una cosa es el músculo mediático (que se compone de
cobertura cuasi hegemónica, capacidad de producción, aptitud para
el chantaje político, influencia insolente en posiciones clave como
la Cofetel, la Cofeco y la SCT) y otra, muy distinta, la
credibilidad. López Dóriga mismo encarna esa paradoja en una
ecuación extraña: todo mundo ve su noticiero y escucha su programa,
pero son muy pocos los que le creen.
Algo así les pasa a los curas: el que
las mujeres vayan a misa no significa que acatarán en automático
las prescripciones ginecológicas formuladas desde el púlpito. Pero
a las derechas no se les da la comprensión de las sociedades
modernas como no sea para hacer dinero y acumular poder, y por eso a
veces se quedan sin entender nada de nada.
El punto es que, con el coro de
mentadas de madre encima, ayer López Dóriga se fue de bruces en su
propia trampa, se clavó en rebatirle a AMLO lo de la conjura
posdebate y permitió que por su portería radial entrara una
cuarentena de goles. O de carreras, digamos, en honor al tabasqueño,
quien no hablará de corrido pero es más listo que el hambre.
Y mientras el conductor estrella de
Televisa se empecinaba en demostrar que su interlocutor “mintió”
en un detalle preciso ocurrido o no ocurrido hace seis años, López
Obrador le repasó las maneras inmundas en que fue aprobada la “Ley
Televisa”, en las postrimerías del sexenio de Fox; le recordó la
vergonzosa tarea desempeñada en 2006 por la empresa televisiva como
copartícipe de la guerra sucia, la distorsión de la voluntad
popular, la fractura social generada y, a la postre, el fraude.
Asimismo, el candidato presidencial de las izquierdas usó a
conciencia su tiempo al aire para denunciar que, en el presente,
Televisa ha fabricado a una marioneta presidenciable (Enrique Peña
Nieto) que se cae a pedazos en cuanto abre la boca y formuló un
severo cuestionamiento al doble papel de ese corporativo:
beneficiaria de múltiples concesiones y, al mismo tiempo, instancia
de presión y manipulación política.
Por añadidura, en poco más de diez
minutos, el abanderado del Movimiento Progresista dejó en claro que
la competencia real no es entre tres (o cuatro, si se concede un generoso
margen a lo esperpéntico) sino entre dos: él, Andrés Manuel López
Obrador, postulado por cuatro organizaciones de izquierda, y Enrique
Peña Nieto, fabricado por el consorcio televisivo. Como lo expresó
Víctor M. Toledo en su artículo
del miércoles pasado en La Jornada, la
disputa real en este proceso electoral no es entre el PAN, el PRI y
la coalición del Movimiento Progresista, sino entre Televisa y
Morena. Ni más ni menos.
Enredado por su afán de demostrar que
el tabasqueño mentía, López Dóriga tuvo que escuchar, en
silencio, las duras acusaciones contra la empresa para la que
trabaja: es corresponsable del enorme daño a México causado por el
desgobierno de Felipe Calderón, abusa de sus concesiones, miente,
difama, manipula al poder y a la opinión pública y ahora, para
colmo, pretende imponer en Los Pinos a su muñeco mexiquense.
Y como no puede trenzarse en un debate
político con un aspirante presidencial, y como además no tiene
forma de desmentir las acusaciones del tabasqueño, por la simple
razón de que son ciertas, el locutor calló... y otorgó. Puede
estar razonablemente seguro de que sus radioescuchas –que no son
tontos– interpretaron su silencio de manera correcta.
Ahora que un nieto del señor Borbón y
un ministro español de no sé que han puesto de moda la expresión “darse
un tiro en el pie”, López Dóriga está muy fashionable.
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