4.5.04

Europa: luces y sombras


Ni modo. Así como el menos malo de los modelos de convivencia política del presente se llama democracia parlamentaria, el menos ominoso de los conglomerados civilizatorios de la globalidad se denomina Unión Europea (UE). Su membresía de estados se amplió anteayer a 25 y su mapa se recorrió hacia el este en toda la extensión del territorio polaco, hasta las fronteras con Bielorrusia y Ucrania. En la península europea sólo quedan ya dos manchitas de neutralidad,  Noruega y Suiza, y una tierra ajena, al sureste, integrada por Rumania, Bulgaria y los restos del naufragio yugoslavo. Una línea recta trazada entre Lisboa, la más sudoccidental de las capitales del conjunto, y Tallin, la más nororiental, mediría unos 3 mil 200 kilómetros y cruzaría, además de ingentes porciones del Cantábrico, el mar del Norte y el Báltico, una docena de las regiones lingüísticas incluidas en la ambiciosa estructura política, económica, monetaria, comercial y cultural.

La Europa de los 25 no sólo es una conjunción de buenos propósitos, sino también un compendio de desigualdades. El ingreso per cápita de Luxemburgo (52 mil 400 euros en 2003) contrasta con el de Letonia (menos de 3 mil 600); en el conglomerado coexistirán el desempleo polaco, que el año pasado afectó a 19.2 de la población activa, con el irlandés, de 4.5 por ciento. No será fácil compaginar el crecimiento económico lituano (7.5 en 2003) con la preocupante recesión en Alemania, cuya economía se contrajo 0.1 por ciento el año pasado. Debe reconocerse, sin embargo, que la integración de los 10 nuevos socios a la Unión Europea (Eslovenia, Hungría, Eslovaquia, República Checa, Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Malta y Chipre) fomentará la homologación de los niveles y calidades de vida entre las porciones occidental, central y oriental de Europa, como ocurrió entre el norte y el sur del viejo continente luego de la incorporación a la UE de España, Portugal y Grecia.

La expansión de la Unión Europea más allá de lo que fue la cortina de hierro y el muro de Berlín deja ver el triunfo de un mecanismo de convivencias, no exento de horrores, por sobre las demolidas construcciones soviética, del Pacto de Varsovia y del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) que fueron, hasta para autores marxistas, cárceles de pueblos. En el seno de la UE persisten situaciones de opresión nacional, como en Irlanda del Norte y el País Vasco, pero es claro que las instituciones europeas pueden ofrecer más vías de solución a tales conflictos que los estados británico y español por sí mismos.

Los grandes agravios en la construcción de la Europa comunitaria no están adentro de ella, sino afuera.

El primero tiene que ver con la exasperante lentitud, la parálisis y la impotencia de las instituciones de Bruselas y Estrasburgo para ejercer un contrapeso al mundo unipolar que sigue siendo el proyecto del grupo gobernante en Washington. Es frustrante, por decir lo menos, que tales instituciones no hayan sido capaces de impedir la destrucción de Irak --ni siquiera la participación de Inglaterra en esa aventura criminal-- y que los gobernantes europeos hayan asistido, mudos, al naufragio del más reciente plan de paz para Medio Oriente, torpedeado por Ariel Sharon y su partido, el Likud, al que hasta la rapiña de la “separación unilateral” de los palestinos le parece una concesión excesiva.

La segunda gran ofensa es de índole migratorio y no sólo afecta a africanos, europeos del este, latinoamericanos y asiáticos, sino también al sentido común: la construcción de un condominio horizontal vasto, pródigo, paradisiaco y fortificado en medio de un planeta con hambre, sida, genocidios y atraso, y falto, para colmo, de organismos internacionales con autoridad y prestigio, constituye una quimera un poco tonta. Los paneuropeos sueñan con el disfrute, por parte de sus ciudadanías, de una bonanza creciente e infinita cuyas migajas pueden ser repartidas, en forma de cooperación internacional, en los infiernos del tercer mundo. Este no tiene más papel, en la mente de los diseñadores actuales de la Unión Europea, que el de destino turístico, reserva ecológica y exportador de empleados para la limpieza, los servicios sexuales y los tramos de la estiba portuaria que aún no han sido entregados a las máquinas. Si Asia, África y América Latina estuvieran habitadas sólo por unas cuantas tribus nómadas, la aventura civilizatoria de la Unión Europea estaría condenada al éxito. Pero las cosas son como son y los líderes europeos tendrán que cambiar sus planos para incluir en ellos, de forma seria, una interacción viable con el resto del mundo.

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