6.7.04

Cuatro de julio


El pasado domingo Estados Unidos celebró el 228 aniversario de su independencia, y he aquí algunas actividades realizadas ese día por diversos individuos.

En el Campamento Victoria, enclave militar estadunidense en las afueras de Bagdad, algunos de los efectivos destacados allí se levantaron muy temprano, con el fin de eludir el calor asfixiante y a las 5:30 de la mañana, con una benigna temperatura de 27 grados, realizaron una carrera. Luego escucharon un sermón pronunciado por el capitán Jim Combs, quien les habló de los sufrimientos de los hebreos en el desierto tras su huida de Egipto. A media mañana, pese al calor implacable, se dividieron en 12 equipos y realizaron un torneo de basquetbol. Después oyeron música hip-hop y luego organizaron una comilona con costillas, hamburguesas, pollos y hot-dogs, pero sin cerveza, porque las ordenanzas militares prohíben a la tropa la ingesta de alcohol, en atención a las prácticas islámicas del país ocupado. Culminaron el banquete con tartas pintadas de rojo, blanco y azul. Sólo unos cuantos --los que tenían día franco-- pudieron festejar, pues los comandantes prefieren no bajar la guardia. Horas después de la fiesta en el Campamento Victoria, un convoy militar estadunidense, formado por camiones de municiones y vituallas, tanques y transportes Humvee, sufrió daños no especificados por el estallido de un auto repleto de explosivos, en el camino que lleva a Abu Ghraib. De inmediato los tanques, apoyados por helicópteros que acudieron al lugar, abrieron fuego contra algunas casas cercanas y las destruyeron. Un testigo citado por Al Jazeera dice que después de la explosión la caravana de ocupantes fue atacada con fuego de ametralladoras y que cuando menos uno de los camiones de aprovisionamiento resultó incendiado.

Muy lejos de allí, en West Virginia, el presidente George W. Bush celebró la fecha rodeado de cientos de partidarios de la guerra en curso, quienes coreaban a gritos la consigna reeleccionista “cuatro años más”. Los veteranos de guerra constituyen 15 por ciento de la población total de ese estado, que tiene, por lo demás, a unos 5 mil habitantes inscritos en la guardia nacional como soldados en activo, muchos de ellos en Irak.

La jornada no resultó tan alegre en San Luis de la Paz, Guanajuato, donde fue enterrado el cabo Juan López, de 22 años, adscrito a la primera fuerza expedicionaria de los marines, primera división, cuarto regimiento, segundo batallón, quien fue una de las cuatro bajas fatales sufridas el 21 de junio por los invasores en una emboscada en la ciudad de Ramadi, provincia de Al Anbar, Irak. La ceremonia generó un incidente diplomático en miniatura, pues unos militares gringos se empecinaron en rendir honores a su compañero caído y pretendieron, armados, montar una guardia, con lo que provocaron la inmediata intervención de soldados mexicanos, quienes los sometieron y les confiscaron los fusiles que portaban, los cuales, a decir de la embajada de Estados Unidos, eran meramente “ceremoniales”. La señora Marciana Camacho, propietaria de una tienda a una cuadra de la casa de la familia del soldado muerto, dijo a AP: “Es una decisión personal arriesgar la vida, pero para mí la guerra no tiene sentido”. La intervención de los uniformados mexicanos ante la provocación de los marines causó cierta molestia entre los familiares del difunto y Juan Pablo Saltillo, quien para asistir al funeral viajó desde otra localidad guanajuatense, dijo que López se merecía “algo mejor” que la interrupción de su entierro por razones legales y constitucionales. Es cierto: habría merecido que nadie lo enviara a pelear una guerra estúpida y lejana; habría merecido, en cualquier caso, algo mejor que dejar viuda a Sandra Torres, la muchacha con la que se casó en diciembre pasado.

Cuarenta y siete obreros indocumentados, detenidos el viernes en una fábrica de Los Angeles, también se perdieron las celebraciones del domingo. Entre ellos hay dos embarazadas, otra con cáncer y dos matrimonios con hijos estadunidenses. Casi todos fueron deportados de manera fulminante a Tijuana, dejando atrás casas, bienes, trabajo y sueños. En dos casos permanecen en el país vecino los niños de los deportados.

Otro que no pudo festejar el 4 de julio fue el indocumentado hondureño Ecar Paz, detenido por la policía de Temecula, California, y entregado a la Patrulla Fronteriza, ante la cual, según el reporte de las autoridades, “mostraba resistencia y por eso, después de varios intentos infructuosos para procesarlo, fue puesto en una celda segura, pero después de dos horas los agentes fueron a buscarlo y descubrieron que estaba muerto”.

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