El pasado domingo Estados Unidos celebró el 228 aniversario
de su independencia, y he aquí algunas actividades realizadas ese día por
diversos individuos.
En el Campamento Victoria, enclave militar estadunidense en
las afueras de Bagdad, algunos de los efectivos destacados allí se levantaron
muy temprano, con el fin de eludir el calor asfixiante y a las 5:30 de la
mañana, con una benigna temperatura de 27 grados, realizaron una carrera. Luego
escucharon un sermón pronunciado por el capitán Jim Combs, quien les habló de
los sufrimientos de los hebreos en el desierto tras su huida de Egipto. A media
mañana, pese al calor implacable, se dividieron en 12 equipos y realizaron un
torneo de basquetbol. Después oyeron música hip-hop y luego organizaron una
comilona con costillas, hamburguesas, pollos y hot-dogs, pero sin cerveza,
porque las ordenanzas militares prohíben a la tropa la ingesta de alcohol, en
atención a las prácticas islámicas del país ocupado. Culminaron el banquete con
tartas pintadas de rojo, blanco y azul. Sólo unos cuantos --los que tenían día
franco-- pudieron festejar, pues los comandantes prefieren no bajar la guardia.
Horas después de la fiesta en el Campamento Victoria, un convoy militar
estadunidense, formado por camiones de municiones y vituallas, tanques y
transportes Humvee,
sufrió daños no especificados por el estallido de un auto repleto de
explosivos, en el camino que lleva a Abu Ghraib. De inmediato los tanques,
apoyados por helicópteros que acudieron al lugar, abrieron fuego contra algunas
casas cercanas y las destruyeron. Un testigo citado por Al Jazeera dice que
después de la explosión la caravana de ocupantes fue atacada con fuego de
ametralladoras y que cuando menos uno de los camiones de aprovisionamiento
resultó incendiado.
Muy lejos de allí, en West Virginia, el presidente George W.
Bush celebró la fecha rodeado de cientos de partidarios de la guerra en curso,
quienes coreaban a gritos la consigna reeleccionista “cuatro años más”. Los
veteranos de guerra constituyen 15 por ciento de la población total de ese
estado, que tiene, por lo demás, a unos 5 mil habitantes inscritos en la
guardia nacional como soldados en activo, muchos de ellos en Irak.
La jornada no resultó tan alegre en San Luis de la Paz,
Guanajuato, donde fue enterrado el cabo Juan López, de 22 años, adscrito a la
primera fuerza expedicionaria de los marines, primera división,
cuarto regimiento, segundo batallón, quien fue una de las cuatro bajas fatales
sufridas el 21 de junio por los invasores en una emboscada en la ciudad de
Ramadi, provincia de Al Anbar, Irak. La ceremonia generó un incidente
diplomático en miniatura, pues unos militares gringos se empecinaron en rendir
honores a su compañero caído y pretendieron, armados, montar una guardia, con
lo que provocaron la inmediata intervención de soldados mexicanos, quienes los
sometieron y les confiscaron los fusiles que portaban, los cuales, a decir de
la embajada de Estados Unidos, eran meramente “ceremoniales”. La señora
Marciana Camacho, propietaria de una tienda a una cuadra de la casa de la familia
del soldado muerto, dijo a AP: “Es una decisión personal arriesgar la vida,
pero para mí la guerra no tiene sentido”. La intervención de los uniformados
mexicanos ante la provocación de los marines causó
cierta molestia entre los familiares del difunto y Juan Pablo Saltillo, quien
para asistir al funeral viajó desde otra localidad guanajuatense, dijo que
López se merecía “algo mejor” que la interrupción de su entierro por razones
legales y constitucionales. Es cierto: habría merecido que nadie lo enviara a
pelear una guerra estúpida y lejana; habría merecido, en cualquier caso, algo
mejor que dejar viuda a Sandra Torres, la muchacha con la que se casó en
diciembre pasado.
Cuarenta y siete obreros indocumentados, detenidos el
viernes en una fábrica de Los Angeles, también se perdieron las celebraciones
del domingo. Entre ellos hay dos embarazadas, otra con cáncer y dos matrimonios
con hijos estadunidenses. Casi todos fueron deportados de manera fulminante a
Tijuana, dejando atrás casas, bienes, trabajo y sueños. En dos casos permanecen
en el país vecino los niños de los deportados.
Otro que no pudo festejar el 4 de julio fue el indocumentado
hondureño Ecar Paz, detenido por la policía de Temecula, California, y
entregado a la Patrulla Fronteriza, ante la cual, según el reporte de las
autoridades, “mostraba resistencia y por eso, después de varios intentos
infructuosos para procesarlo, fue puesto en una celda segura, pero después de
dos horas los agentes fueron a buscarlo y descubrieron que estaba muerto”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario