9.9.10

El último suspiro
del Conquistador / LIII


Andrés resintió la bofetada de Jacinta con una cólera triste y se dio cuenta de su error: ciertamente no había sido capaz de imaginar la vida sin aquella mujer, pero en ese momento del reencuentro confirmó que habría de ser mucho más arduo vivir con ella, y pensó que, a la larga, tendría que tomar la decisión de dejarla, y sintió nostalgia por anticipado. “Está bien –se dijo para sus adentros–; a ver cuántos años perdidos me cuesta esta historia”. En seguida, y sin poder evitarlo, entró en un trance de miradas al infinito y de monosílabos sordos. Por supuesto, Jacinta acusó recibo de aquella desolación, mas no quiso enfrentar la causa.

–¿Qué tienes? ¿Estuvo muy cansado el viaje? –le preguntó, ya a bordo del taxi que los conducía a la casa de Eduviges.

–Sí –respondió él–. Hubo turbulencia.

* * *

–Blas: ¿me darías consentimiento para dormir tu corazón?

* * *

Tuvo pánico. Los ramalazos de luz y fuego frío no dejaban de hurgar en su amorfa nada, como lanzas indoloras pero no menos temibles que las reales; los haces de esferas infinitesimales, en cambio, le despertaron el recuerdo de un dolor preciso: el que sintió en una ocasión en la Tenochtitlan asediada, cuando uno de sus hombres disparó una culebrina, erró el blanco y el bolaño se estrelló en la pared de una edificación, haciendo saltar fragmentos de piedra que se enterraron en el muslo derecho de su capitán, quien se encontraba próximo. Evocó el tránsito de la pólvora –fabricada con azufre de los volcanes impronunciables y transportada en frascos (la menos refinada) y en los doce frasquillos (la más fina), también conocidos como apóstoles: una para poner en el fondo del cañón y la otra para colmar la cazoleta y el oído del arma. Imaginó el tránsito de la bala por el ánima del cañón, tratando del liberarse de aquel muro cilíndrico con la fuerza de un feto que se dirige al nacimiento, y entonces llegó a él la idea de una fuga de las paredes inasibles en las que se encontraba –él, o lo que fuera él, o bien lo que no fuera–, y sintió una oquedad practicable para tal propósito, y tuvo pánico.

* * *

En el camino, Jacinta decidió ensayar otra maneras para sacar a Andrés de su mutismo pasivo y le habló de Eduviges.

–No había tenido cabeza para decírtelo –aventuró–, pero mi mamá está grave.

–¿Qué tiene? –preguntó él, de manera rutinaria y sin alterarse en lo más mínimo.

–Pues creo que ya no tiene nada –respondió Jacinta, sin poder reprimir un puchero auténtico.

–¿Qué tuvo, entonces?

–Tuvo pensamiento, recuerdos y sentimientos, pero parece que ya perdió todo eso –replicó la muchacha.

–¿Qué? ¿Se murió? –respingó Andrés, sin conmoverse.

–Algo así... Está en coma, y...

Al escucharse a sí misma, Jacinta se descubrió usando la crisis de su madre como un subterfugio para obligar a Andrés a dejar atrás la ofensa de minutos antes, y sintió rabia. ¿Qué necesidad tenía ella de semejantes trucos? ¿Por qué se empeñaba en seguir junto a aquel hombre que resultaba a la vez insensible y susceptible?

–Olvídalo –le dijo a Andrés con desgano–. Si a mí no me importa demasiado, la verdad, a ti no tiene porqué inquietarte.

Andrés volvió a hundirse en su melancolía incómoda.

* * *

–Domingo: ¿Podría tener tu venia para que te durmiera el corazón, y que a cambio te diera la vida eterna?

* * *

Sánchez Lora miró de reojo a los dos hombres que tocaban el timbre de la casa a la que él se dirigía. Caminó hasta la esquina, esperando a que alguien les abriera la puerta, pero no pasó nada. Cruzó la calle y vio cómo los dos se sentaban en la banqueta a esperar. Uno de ellos era alto, gordo y macizo, con pelo abundante en los antebrazos y ralo en la crisma, de piel blanca y de edad madura. El otro era un joven de rasgos asiáticos, de piel oscura y cuerpo de galgo de carreras. Tras aquella observación, el perito forense ya no supo qué hacer: no quería que los dos hombres notaran su presencia pero tampoco le parecía prudente perder de vista aquella puerta porque la muchacha podía salir en cualquier momento. No había en la redonda un sitio desde el cual observar y no ser visto. Tras cavilar unos momentos, Sánchez Lora se rió de sí mismo y recordó que no estaba haciendo nada malo, ni subrepticio, y que su único propósito allí consistía en platicar con la mujer que respondía al nombre de Dionez, Jacinta. Entonces caminó con paso resuelto hacia los dos desconocidos y los abordó:

–Buenas tardes. ¿Nadie que abra?

* * *

–Esta estructura tiene unas como patas –masculló Manuel, de nuevo sumergido en el estudio de los papeles que le había pasado la doctora Contreras. Ésta se inquietó y sintió fastidio por las maneras de expresión tan poco académicas de las que solía hacer gala su colega.

–¿A qué se refiere?

–Mire, mire –respondió el otro, señalando alternadamente picos en las gráficas y secuencias de números impresos–. Es como si... como si... ¡A ver, mire esto!

La doctora Contreras se inclinó sobre los documentos, trató de captar alguna singularidad mayor a la que había descubierto, no lo consiguió y se exasperó más:

–¿Por qué no va al grano?

–Mire esta secuencia: ¿qué le recuerda?

Como la investigadora se ancló en el silencio, Manuel se lo soltó:

–Es como la hélice en espiral del ácido desoxirribonucleico, doctora. Sólo que no son independientes, sino que están unidas al conjunto. Son como telómeros que cuelgan de esa cosa que usted descubrió.

Al escuchar “esa cosa”, la científica estuvo a punto de salirse de sus casillas, pero se le hizo la luz: aquello que estudiaban era, en efecto, una cosa, es decir, una, y no dos, ni tres, ni cien: formaba un solo cuerpo. Sintió un sudor frío. No era común en la ciencia que los deslumbramientos se sucedieran, encadenados, uno tras otro, en sólo un par de días. Pero Manuel no parecía dispuesto a esperar a que se asentaran los hallazgos y se aventuró más allá, brincándose seis o siete pasos en un razonamiento que, de todos modos, resultaba indiscutible:

–O sea que esto es orgánico. Algo así como un bicho gaseoso –y remató la frase con una carcajada.


(Continuará)

2 comentarios:

Menganita dijo...

Gracias Pedro...la historia sigue haciendo que la imaginación trabaje.
Seguimos...
Saludos,
Mengana.
P.S. Andrés y Jacinta qué pronto degeneraron en una pareja "normal" jajaja.

Pedro Miguel dijo...

Menganita: Dice el lugar común que una relación de pareja sólo puede tener dos finales: o acaba en divorcio, o acaba mal ;)

Abrazo.