Las fuerzas ocupantes de Israel en Palestina disponen de
decenas de miles de hombres y mujeres armados con lo más moderno de la
tecnología occidental y nativa: rifles de asalto con apuntadores láser,
granadas y lanzagranadas, lentes infrarrojos de visión nocturna y equipos muy
sofisticados de telecomunicaciones. Cuentan también con vehículos de doble
tracción, transportes de tropas blindados y tanques Merkava,
unos animales de 61 toneladas de peso y un hocico principal de 120 milímetros,
muy adecuado para defenderse de los niños palestinos y su inveterada costumbre
de arrojar piedras. En ocasiones, todo ese aparato bélico no basta para
imponerse al poder de fuego de milicianos con fusiles de asalto y cargas
suicidas de dinamita. Cuando las circunstancias demandan la captura o el
asesinato de un dirigente palestino --por ejemplo, el jeque cuadrapléjico que
dirigía Hamas, Ahmed Jassim, o su sucesor, el pediatra Abdel Aziz Rantisi--,
los invasores israelíes suelen recurrir a helicópteros AH-64
Apache. Esos aparatos de fabricación estadunidense están equipados con
sistemas electroópticos, televisivos y térmicos para localizar blancos enemigos
y dirigir hacia ellos el fuego de una ametralladora de 30 milímetros o una
diversidad de misiles aire-tierra. Adicionalmente, los ocupantes tienen a sus
espaldas 205 cazabombarderos F-16 Fighting Falcon con
un alcance de mil 600 kilómetros, velocidad Mach 2, operación
diurna y nocturna en cualquier tipo de clima y capacidad de carga de 5 mil 400
kilos de bombas y misiles guiados. La armada israelí cuenta con submarinos,
destructores, barcos armados con misiles crucero y lanchas rápidas artilladas
para patrullar los 40 kilómetros de costa de la franja de Gaza. Y para
tranquilidad total de los soldados israelíes, su gobierno dispone de un
centenar o más de misiles balísticos Jericó I y II y de las bombas atómicas
necesarias para adornar la punta de esos artefactos.
Cuando la ultraderecha judía acabó con el proceso de paz de
Oslo, el cisjordano Marwan Barghuthi concluyó que para construir un Estado
palestino resultaba indispensable desafiar la fuerza bélica de los ocupantes,
no mediante atentados contra blancos civiles, como propugnaron Jassim, Rantisi
y muchos otros, sino enfrentando a los invasores en Gaza, Cisjordania y la
porción palestina de Jerusalén. Para entonces, Barghuthi ya había pasado varios
años en las cárceles de Israel antes de ser deportado a Jordania. Volvió del
destierro como parte de los primeros acuerdos de Oslo, de los cuales fue un
defensor convencido. Barghuthi ha sido, además, un crítico implacable de la
corrupción imperante en las filas de la Autoridad Nacional Palestina y un
detractor de los atentados terroristas contra blancos civiles israelíes. En
1996 fue elegido, por una votación abrumadora, al Consejo Legislativo
palestino, del que aún forma parte.
La destrucción del proceso de Oslo empezó con el magnicidio
perpetrado por Yigal Amir, el homicida de Rabin, y culminó con la llegada al
poder de Ariel Sharon, el homicida de la paz. “Desde la muerte de Rabin no ha
habido proceso de paz. No sé qué habría pasado si Rabin no hubiese sido
asesinado, pero sé lo que ocurrió tras el asesinato. El conjunto de la sociedad
israelí cambió de dirección. El proceso se detuvo. Ustedes no nos dejaron
alternativa”, dijo Barghuthi a Ben Caspit, periodista del diario israelí Ma'ariv,
en noviembre de 2001, tres meses después un fallido atentado en su contra
organizado por los ocupantes y cinco antes de que éstos ubicaran y rastrearan
la señal de su teléfono celular, lo que les permitió capturarlo en una casa de
Ramallah. La detención fue realizada por una unidad de elite con los arreos de
rigor: rifles de asalto con apuntadores láser, granadas y lanzagranadas, lentes
infrarrojos de visión nocturna y equipos muy sofisticados de
telecomunicaciones. Para entonces, Barghuthi encabezaba el Fatah en Cisjordania
y estaba convencido --como está ahora-- que sólo por medio de la continuación
de la intifada
conseguirán los palestinos erigir un Estado soberano, asentar su capital en
Jerusalén oriental y preservar la integridad territorial de Cisjordania y Gaza.
Sus captores le propinaron tremenda golpiza antes de entregarlo a los fiscales
israelíes.
Además de fusiles, tanques, aviones y misiles nucleares, Tel
Aviv tiene un poder judicial abrumador. El domingo un tribunal de la corte
territorial le inventó a Marwan Barghuthi un par de delitos, le imputó una “responsabilidad
moral” en otros tres y lo condenó a cinco cadenas perpetuas y a otros 40 años
de prisión suplementaria. El fallo es tan paranoico, descontrolado y
desproporcionado como la violencia que el gobierno de Sharon ejerce contra los
habitantes de la Palestina ocupada. Pero Barghuthi está vivo, ese solo hecho es
una victoria enorme y pronto el régimen ocupante se verá obligado a liberarlo.
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