13.8.06

La ley y la justicia

  • Tres casos y dos imágenes
  • Sostiene Plaqueta: hallazgo ultrasiniestro


De acuerdo con la organización Memoria Viva, 148 personas cuyo primer apellido comenzaba con la letra A fueron asesinadas por la dictadura que encabezó el general Augusto Pinochet Ugarte. Otros 92 individuos en ese mismo rubro alfabético fueron capturados por las corporaciones militares y policiales y no volvió a saberse de ellos nunca más. No es fácil ponerle números a la muerte, pero Nathaniel David, quien era embajador de Estados Unidos en Santiago de Chile el 11 de septiembre de 1973, dijo años más tarde: “Las estimaciones acerca del número de gente muerta durante o inmediatamente después del golpe varían desde menos de dos mil 500 a más de 80 mil. De tres mil a 10 mil muertos sería una estimación más fiable”. Se refería sólo a las semanas posteriores al cuartelazo. Pero en los 13 años posteriores la tiranía militar asesinó, desapareció, lesionó, torturó, persiguió, exilió, ofendió y humilló a cientos de miles de chilenos y el sentido común universal atribuye la principal responsabilidad de esas acciones al propio Pinochet. Sin embargo, el asesino, o lo que queda de él, no fue nunca castigado por un solo homicidio y su impunidad fue conseguida de acuerdo con las leyes chilenas e internacionales. En términos legales Pinochet es inocente, y todo indica que así va a morirse.

A veces las leyes no sirven. Otro que pronto habrá de fugarse de la justicia por la puerta que da al cementerio es Ariel Sharon, protagonista y responsable de muchas masacres de palestinos, especialmente la perpetrada en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, Líbano, en septiembre de 1982. “Seiscientos cuerpos fueron encontrados dentro de Sabra y Chatila y mil 800 civiles fueron reportados como desaparecidos”, recordó Robert Fisk años más tarde. El poderío bélico y político de Israel, la hipocresía occidental y, a últimas fechas, un coágulo en el cerebro del señalado, impedirán que Sharon reciba el castigo que merece. La última batalla legal para procesarlo se libró hace cuatro años ante el Tribunal de Apelación de Bruselas, el cual decidió que no podía iniciarse en Bélgica una investigación sobre esos crímenes de guerra. En términos legales, Sharon, o lo que queda de él, es inocente, y escapará al castigo. Sabra y Chatila se repiten hoy, en estos días, con una diferencia: los soldados israelíes exterminan ellos mismos a los civiles y ya no necesitan de mercenarios libaneses que les ayuden en la tarea. Está por verse si alguna de las muchas leyes que en Israel, en Líbano y en el mundo prohíben el asesinato, se aplicará algún día a Ehud Olmert y a los mandos militares de Tel Aviv que operan, en el país invadido, la máquina de matar.

También el ascenso de Hitler al gobierno de Alemania se realizó en apego a la legalidad. En las elecciones de julio de 1932 los nazis, con 230 diputados y 13 millones 745 mil 781 votos, 37.3 por ciento, eran el primer partido del país. Hitler llegó al poder por el apoyo popular, pero lo hizo también con ayuda de la derecha tradicional, gracias a las intrigas del presidente Hindenburg y de su camarilla, y merced a los apoyos financieros de industriales como Fritz Thyssen, Emil Krichdorf y Firedrich Flick, de los banqueros Von Stauss y Von Schröder… Doce años más tarde, entre las ruinas de su imperio, y tras haber causado la peor oleada de destrucción, violencia y muerte en la historia de la humanidad, el austriaco demente se tragó una dosis de arsénico, se metió un balazo en la sien y murió, despatarrado en un sillón de su búnker, tan impune como había vivido.

A los encargados de aplicar las leyes les gusta hacerse representar en forma de una señora en su madurez temprana, vestida con ropas holgadas, los ojos vendados, una balanza en la mano izquierda y una espada en la derecha. La venda quiere decir que es ciega al origen y nombre de los que acuden a ella, la espada denota que tiene poder amplio y bastante para imponer sus fallos y el otro aparato indica que sopesa sus decisiones. El célebre Edwin Abbey, nacido en Filadelfia en 1852 y fallecido en Londres en 1911, la dibujó con hábitos negros y casi tan cubierta como una musulmana tradicionalista. Tres siglos antes, el calenturiento de Bernini había puesto el nombre de “Justicia” a una de sus más cachondas esculturas.

Gracias por entrar a este blog , aquí nos seguimos leyendo, y lo que sigue es culpa de Tamara de Anda (plaqueta@gmail.com). Sostiene Plaqueta:

¿Qué es lo más horrendo que puede crearse con un miserable tabloncito de madera, de cuarenta centímetros por cuatro? Piensen en lo peor, en lo más asqueroso, sean creativos. ¿Ya? Pues les aseguro que este producto supera hasta las más oscuras elucubraciones. Sus vendedores aseveran que todo buen padre debe comprarlo para sus hijos. Que si lo usan les están asegurando un futuro promisorio. Felicitan a quien lo adquiere. ¿Qué es? ¿Una paleta de softball para que los chamacos hagan deporte? ¿Una espátula de cocina para que aprendan a hacer guisos franceses? ¿Un lienzo artesanal para despertar su creatividad? No, nada de eso. Se trata de la única, la legítima y la inigualable vara de corrección.

¿De corrección de qué? ¿De la postura? ¿De estilo? No, no. Sirve, simple y llanamente, para madrearse a los niños. Como si los siglos no hubiesen transcurrido, como si la humanidad no hubiera aprendido nada de sus metidas de pata, como si la barbarie estuviera de moda: he aquí un utensilio de tortura avalado, promovido y distribuido (con fines de lucro, porque tampoco lo regalan) por grupos cristianos. Gulp y recontra gulp.

Para mayor escándalo, los funestos chunches traen dibujitos de catarinas, manzanitas, flores, corazones y demás motivos “simpáticos”, y con colorida tipografía infantil tienen escritos diversos versículos que justifican el agravio: “La vara de la corrección da sabiduría” (Prov. 29:15); “No menosprecies el castigo...” (Prov. 3:11); “Padres, criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Véanlos ustedes mismos.

Que hay que respetar las creencias ajenas, cierto. Que cada quien puede adorar lo que le venga en gana, correcto. Que todos tienen derecho a interpretar la Biblia o el libro sagrado de su preferencia como se les antoje, pues va. Pero pienso (supongo, sospecho, me figuro) que esto está mucho más allá de la libertad de culto y del derecho paternal de educar a los chiquillos y chiquillas conforme a ideas personales. La abierta invitación al maltrato infantil por parte de un grupo religioso (o por quien sea) es antiético, anticonstitucional, antihumano y anti toda cosa respetable. Blargh.




1 comentario:

Pedro Miguel dijo...

Al renovar este post, borré sin querer un comentario de Enrique Escalona. Perdón, Enrico, y felicidades por la prolífica mirada de tu w800i.
http://enriqueescalona.blogspot.com/