24.8.06

Las muertes de Rubén Darío

  • González Martínez, Cardoza y Aragón, Revueltas
  • Crimen en Michoacán

Grandilocuente en la vida


Recordemos: “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje / que da su nota blanca al azul de la fuente; / él pasea su gracia no más, pero no siente / el alma de las cosas ni la voz del paisaje.” Es claro que cuando Enrique González Martínez escribió su célebre exhortación ornitocida, la víctima que tenía en mente era el modernismo, no la cabeza visible de ese movimiento literario, el hombre que alguna vez se llamó Félix Rubén García-Sarmiento y a quien los tiempos llaman Rubén Darío. Corría el año de 1911, al poeta nicaragüense le quedaban cinco años de vida y el modernismo era ya una enfermedad de la poesía en español. Cuatro décadas después, el propio González Martínez disipó cualquier duda: “Con la mano puesta en el corazón, declaro que cuando escribí aquellos versos estaba muy ajeno de pensar en el autor de Prosas profanas. Quise en aquel momento, contraponer dos símbolos: el de la gracia que no siente el alma de las cosas, personificada en el cisne, y la meditación interrogativa del búho ante el silencio de la noche (…) ¿Qué motivo habría para una agresión, así sea en verso, contra el alma de Darío, siempre inquieta, frente al misterio universal, siempre sacudida de temblor ante el silencio de la esfinge?”


El interfecto


“La lección es clara. Un poeta critica las exageraciones de una escuela y, al hacerlo, inconscientemente, copia el estilo de su principal creador”, señala el cubano Luis Mario. En esta misma lógica, el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón corrigió la plana al tapatío, y formuló: “Tuércele el cuello al loro de la retórica”. Tengo para mí que las combinaciones cardocianas de exquisitez y trópico no siempre dan en el blanco, y éste es un caso: en hablando de loros, tal vez habría sido más rotundo y expresivo usar el término “pescuezo”, pero quién es uno para, a propósito de loros, abrir el pico.

Enrique González Martínez


En todo caso, a Darío nadie le torció el cuello, pescuezo o ducto que comunica cabeza con tórax, y no porque el suyo fuera más voluminoso y basto que el de un cisne, sino porque no había razón para ello. Lo peor que llegó a pasarle fue que lo llevaran a la cárcel, en mayo de 1884, en la ciudad de León, y que lo condenaran por vagancia. Tenía 17 años, el cuerpo magro y la cabellera abundante, y su nombre resonaba ya como prodigio de las letras. Un respetable ciudadano de León había dicho a un juez: “No conozco al joven Darío, pero he oído decir que es poeta, y como para mí poeta es sinónimo de vago, declaro que lo es”. Fue condenado a ocho días de obras públicas y a regaño. No falta quien afirma que el motivo real del castigo fue la publicación de “encendidos artículos, en un periódico liberal jacobino, contra el gobierno conservador, redactados ‘a la manera de un escritor ecuatoriano famoso, violento, castizo e ilustre, llamado Juan Montalvo’”, de quien hemos hablado en navegaciones anteriores.

A Darío nadie le torció el cuello. Falleció en su cama, pero Sergio Ramírez, citado por Seymour Menton, le pone pimienta al deceso: “Aunque su muerte no se considera oficialmente un asesinato, las punciones al hígado que le dio el sabio Debayle, médico torpe y futuro suegro de [Anastasio] Somoza [García], le aceleraron la muerte, según Rigoberto [López Pérez, asesino del dictador]. De ese modo se le ofreció a Debayle la posibilidad de cumplir con su afán de extraerle el cerebro al cadáver de Darío, para medirlo y comprobar que pesaba más que el de Víctor Hugo.

El 7 de febrero las ondas eléctricas a través de los hilos telegráficos y del cable submarino han llevado la noticia de la muerte de Rubén Darío a todos los confines de Nicaragua, a todos los gobiernos de América, de España, Francia y Portugal. El Ejecutivo (…) acuerda honores de ministro de la Guerra, no de presidente, en tanto que el obispo de León, comprensivo de que el país está ante un duelo único, que sólo la esperanza de una gloria igual futura pueda permitir que el caso se repita, acuerda hacerle honores de príncipe. […] El cadáver ha sido embalsamado cuidadosamente para hacerle numerosos homenajes […] Permanece en capilla ardiente custodiado por individuos del ejército que se alternan con estudiantes. Su cabeza está coronada de laurel y la faz sellada por la muerte, por la enemiga que fue el terror de su vida. […] Es llevado con el rostro descubierto, viste un peplo gris y es conducido en unas andas adornadas de blanco y azul, bajo un magnífico palio de flecos colgantes. A ambos lados, teorías de canéforas con sus albos trajes y sus cestillas colmadas de flores van arrojándolas al ritmo de la marcha. El desfile sigue el curso de la procesión del domingo de Ramos, y al pasar bajo un arco levantado cerca de su casa, se abre una granada de cuyo seno caen flores y versos.” La marcha triunfal.

Grandilocuente en la muerte


“Así sucede cuando piensas o imaginas que mis ojos no te pueden mirar”. No veo en la frase influencia dariana sino, en todo caso, domingueciana (Alberto Domínguez Borras, compositor coleto: “Te he buscado donde quiera que yo voy, / y no te puedo hallar, / para qué quiero tus besos / si tus labios no me quieren ya besar”). Fue escrita en un pliego de papel cascarón que se colocó cerca de una cabeza humana hallada este lunes en el paraje Piedras Blancas, en la carretera Tepalcatepec-Buenavista-Tomatlán, Michoacán. “A unos metros de la cabeza, cruzando el puente y donde ya es municipio de Tepalcatepec, los ministeriales encontraron una pierna derecha, y a un metro de la misma, la otra extremidad, en la cual aparecía un tatuaje con la leyenda ‘Viva México cabrones’, y ahí mismo está el tórax. Como a dos metros de distancia de las piernas de la víctima, se localizó el brazo derecho. En el antebrazo izquierdo se observó otro tatuaje de una telaraña y en el pecho del lado derecho con recuadro, el nombre de ‘Rubén’, en tanto que en el abdomen otro dibujo del rostro de Cristo y las iniciales LR. El sujeto vestía un pantalón de mezclilla color azul con cinturón de color amarillo, y en la hebilla, bordados, dos gallos de pelea; calzaba un par de huaraches de correas color negro.”

Los pistoleros del narcotráfico suelen dejar en esa localidad las cabezas de sus víctimas. La más reciente se llamaba Rubén Darío Mendoza, tenía 35 años y era oriundo de Tecoala, Nayarit. El sábado pasado fue al Hospital Civil de Uruapan para que su esposa, que tiene un embarazo de alto riesgo, recibiera atención médica. En ese nosocomio, cerca de las nueve de la noche, varios individuos vestidos de negro y portando insignias de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) se lo llevaron por la fuerza con rumbo desconocido.

Tal vez alguien encuentre alguna resonancia entre lo aquí escrito y el cuento de José Revueltas Hegel y yo.


Muerte de Rubén Darío en Tepalcatepec


Este viernes 25, en el local de LaNeta (Alberto Zamora 126, colonia del Carmen, Coyoacán, esquina Miguel Ángel de Quevedo y Fernández Leal), a las 18:30, se presentará el Premio Chris Nicol de software libre de APC. Hablarán Max Mendizábal, Karen Banks y el que escribe.

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