8.9.12

El salario del miedo


Parece ser que los votos comprados a favor de Peña Nieto costaron más: de 500 a mil pesos, aunque en algunas regiones particularmente miserables algunos ciudadanos vendieron los suyos en 300 o menos. Pero ya no estamos en junio sino en septiembre y ahora no se necesitaba de sufragios sino de miedo, y éste salió mucho más barato: 400 pesos, han dicho unos que fueron detenidos en Iztacalco cuando sembraban el pánico mediante perifoneo. Tal vez estos individuos sean de los que en tiempos normales, si es que aú puede hablarse de tal cosa, se ganan la vida anunciando tamales oaxaqueños deliciosos y calientitos o pregonando “se compran, estufas, lavadoras”, etc., y no vieron nada de malo en cambiar la grabación por una sobre el anuncio de la llegada inminente de los bárbaros de Antorcha Campesina.

¿Quién necesita miedo en el país, particularmente en sus zonas más indómitas? La respuesta es tan obvia: el priísmo rampante al que ya nadie le tiene miedo.

Tal vez en tiempos tan pretéritos como 2006 Peña creyó que podría construir su atractivo principal en la mano dura, una cualidad que por entonces resulaba bien apreciada por las clases medias medrosas. A fin de cuentas, las maneras rudas de gobernar –por decirlo en forma poco ruda– han sido características del Grupo Atlacomulco. Acuérdense del lema de campaña del tío Montiel: “los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas”. Puede ser que en algún momento del camino hasta 2012 el sobrino bonito haya terminado por creer que le bastaba con el aplastante glamour televisivo para ganar la elección, pero ese glamour se le cayó desde diciembre del año pasado, y para mayo del presente Peña era ya el ejemplo más descarnado de un candidato sin atributos. Por eso hubo que recurrir a la adquisición masiva de sufragios que desfiguró la elección hasta el punto de convertirla en ilegítima a ojos de casi todo mundo, salvo los de las autoridades electorales, quie no vieron nada.

Lo que necesita Peña ahora, en estas larguísimas semanas que lo separan de la silla presidencial, es que la gente tenga miedo; echar atrás la grabación para instalar a México en los momentos más horribles de 2010, por ejemplo, cuando medio país clamaba por alguien que pusiera orden y nos salvara de la ineptitud necrofílica de Calderón, ese que dice que más muertos es sinónimo de vivir mejor. Pero de entonces a la fecha han pasado muchas cosas. Por ejemplo, el estallido de ira ciudadana que encabezó –y dilapidó– Javier Sicilia, o la cosecha de los frutos organizativos sembrados por el lopezobradorismo, o el derrumbe autoinfligido de la imagen del propio Peña, o la portentosa primavera de #YoSoy132.

El problema de Peña es que la gente ya no tiene miedo, sino un encabronamiento cada vez mayor que se ahonda a cada nuevo agravio del poder: la abierta parcialidad del IFE, la consumación del fraude, en julio, y su legitimación, hace unos días. O el inocultable pacto de alternancia bipartidista entre el PRI y el PAN, que echa por tierra cualquier ilusión de democracia.

Nadie puede gobernar por mucho tiempo por medio de la violencia pura y dura. El mecanismo perdurable de gobierno no es el recurso a las armas sino el miedo que éstas provocan. Las armas o el antorchismo, brazo semi armado de la mafia tricolor, que de todos modos tiene otros, y más profesionales.

“Ténganme miedo”, parece implorar Peña en el subtexto de los pregones que recorrieron el oriente del valle de México y cuya onda expansiva de alarma se hizo sentir hasta las zonas altas del occidente. Sí: el reparto de sobrecitos con 400 pesos cada uno rindió el efecto deseado, en lo inmediato, pero cabe dudar que el miedo generado contribuya a asfaltar el camino de Peña a la presidencia. Por el contrario, da la impresión de que la sociedad lo tomará como un agravio adicional a los muchos ya perpetrados por el empeño de restauración jurásica.

En lo inmediato, una lectura: la que está pasando mucho miedo en estos días es la cúpula priísta. Tanto que se siente forzada a organizar tonterías y canalladas y a agitar ante el pueblo el espantajo de sus bárbaros, con la esperanza de endosar su propio miedo a una sociedad que ya es, a estas alturas, su principal adversario.

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