No son los únicos casos, pero sí los
más paralelos en estos días, con sus congresos cercados por
manifestaciones de rechazo a la aprobación de nuevas ofensivas
jurídicas contra los intereses de la gente común y para beneficio
de los capitales. En uno y otro país los respectivos modelos
político-económicos no dan para más. En ambos ha habido por
décadas la esperanza de que era posible mantener en pistas separadas
las dos cosas, es decir, la política y la economía. Ahora es
evidente que no se puede: tanto el bipartidismo español como el
mexicano, si bien presentados como sendas democracias
representativas, son en realidad expresión de tiranías económicas
que utilizan a las instituciones y a sus integrantes para legalizar
el saqueo, el atropello y la represión. No es posible desechar el
neoliberalismo sin una renovación institucional profunda y radical
que pasa necesariamente por la refundación del Estado.
La constitución española de 1978 no
da para más. Hace unos días el propio Rajoy admitió que las
aspiraciones autonomistas catalanas “no caben” en la Carta Magna;
no se diga las vascas. Por cuanto hace a la configuración
institucional del reino, es claro que su capacidad de representación
ha hecho crisis con la ofensiva económica antipopular ordenada por
los organismos financieros europeos e internacionales y aplicada por
la clase política con la rotunda oposición de la mayoría de la
sociedad. Agréguenle a eso la impresentable figura de una jefatura
de Estado hereditaria –y encarnada, para colmo, por un soberano
cada vez más antipático a ojos de la población– y tal vez
empiecen a notar alguna similitud entre la muchedumbre reprimida ayer
frente al Congreso de los Diputados, en Madrid, y las masas de la
Plaza Tahrir, en Egipto. Tal vez no sea muy prematuro empezar a
pensar en la necesidad de un nuevo orden constitucional que albergue
en pie de libertad a las naciones de la Península, que establezca
una institucionalidad realmente representantiva –y participativa,
por supuesto– y que prescinda de ese costoso puñado de zánganos
que forman lo que se llama “la familia real”. Por ejemplo, la
Tercera República. En este panorama acaso haya espacio incluso para
imaginar la independencia de España con respecto a la Europa
comunitaria, que tanto caro le está cobrando a los españoles,
ahora, los espejismos de bienestar y desarrollo que les suministró
durante varias décadas.
En México el paisaje es incluso más
claro porque su institucionalidad republicana lleva ya muchos años
de descomposición evidente y se ha deslizado a una ilegalidad
manifiesta. Aquí las formas democráticas no están tan bien
planchadas como en España y la ofensiva económica antipopular –la
“reforma laboral”, para empezar – corre a cargo de dos
ilegitimidades sucesivas: la de Calderón y la de Peña, aún en
proceso de imposición. La integración del país a su respectivo
bloque regional –el TLCAN– fue mucho más parco en la producción
de ilusiones de prosperidad y para la mayoría de la gente la
economía está estancada, en el mejor de los casos, desde hace un
cuarto de siglo. Por eso aquí el actual tramo crítico de las
finanzas mundiales golpea a una economía popular que está en los
huesos y a un Estado no más carnoso: los presupuestos siguen dando
para la generación de fortunas sexenales pero las formas de
mediación, salvo el soborno de sectores depauperados por parte del
poder, están agotadas.
La Constitución de 1917 fue una obra
maestra de relojería social pero de 1989 a la fecha ha venido siendo
desvirtuada hasta resultar irreconocible, además de que la mayoría
de sus disposiciones son letra muerta. Puede ser que ya no sea útil
pararevertir la destrucción causada por casi tres décadas de
neoliberalismo, pérdida de soberanía y arbitrariedad creciente. Tal
vez haya que ponerse a pensar en una cuarta Carta Magna. Y acaso sea
necesario también, habida cuenta que vivimos en un país sometido
(las tropas extranjeras no son necesarias cuando la jefatura de
Estado actúa como una gerencia regional al servicio de
transnacionales y potencias foráneas), ir pensando en la realización
de una segunda independencia.
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