24.9.12

Reforma laboral:
¿“competitividad”?


Tendría que darles vergüenza el estar invocando la competitividad y la productividad como razones para imponer una contrarreforma laboral. Después de un cuarto de siglo de ofensivas antisalariales, antisindicales y antipoblación en general, no hay más razón válida para tocar las leyes correspondientes que la dignificación del trabajo y el rescate de los trabajadores.

En el punto en el que estamos tendrían que reconocer, para empezar, que la Constitución es letra muerta en casi todos sus pasajes, pero con crudeza particular en estos dos:

“Toda persona tiene derecho al trabajo digno y socialmente útil; al efecto se promoverá la creación de empleos y la organización social para el trabajo conforme a la ley”.

“Los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos”.

En un pleno estado de derecho bastaría en rigor con el incumplimiento sistemático, generalizado y doloso de tales mandatos constitucionales para iniciar juicios políticos a quienes han ocupado la Presidencia de 1988 a la fecha (hay que excluir a De la Madrid no porque los haya cumplido sino porque ya se murió) y a sus respectivos secretarios de Trabajo y Previsión Social. Pero en un pleno estado de derecho el gobierno haría válida la Carta Magna y habría trabajo digno y bien remunerado para todos.

No hay ni una cosa ni la otra, sino un desempleo tres veces superior al que el gobierno se atreve a reconocer, salarios miserables y condiciones laborales de explotación y desprotección en casi todos los sectores. De hecho, la proliferación del desempleo no es un desastre natural sino un designio de los lineamientos macroeconómicos impuestos por el régimen y por sus mandantes reales: los grandes consorcios transnacionales y nacionales y los organismos financieros. La contracción de la planta laboral es un mecanismo para forzar la disminución de los salarios mediante la manipulación de la supuestamente libre “mano invisible” del mercado en su versión de mano dura: se induce el desempleo, se practica una política de contención salarial y luego se deja que el excedente de oferta de mano de obra, muy superior a la demanda, obligue a los aspirantes a un trabajo a competir entre ellos: ¿Quién cobra menos?

Ahora se busca, además, suprimir las mínimas certezas y protecciones que quedan a los asalariados, quienes, de hecho, dejarían de serlo, para convertirse en trabajadores a destajo, contratados por hora, al margen de cualquier contrato, imposibilitados para organizarse en sindicatos libres y privados de prestaciones, quienes podrán ganarse una torta de queso de puerco cada 120 minutos, o así.

Por supuesto, el esclavismo también elevó, en ciertas circunstancias, la competitividad y la productividad., como lo ha hecho el régimen laboral de facto en el México contemporáneo. Uno de sus logros fue que los productos manufacturados aquí han empezado a desplazar a sus similares chinos en el mercado de Estados Unidos. Por la simpler azón de que, mientras que en el país asiático los salarios del sector manufacturero tuvieron incrementos del 400%, o así, en México se mantuvieron estancados. El problema es que la competitividad y la productividad basadas en la superpexplotación de la fuerza laboral no se sostiene por mucho tiempo. A la larga los trabajadores se mueren, queman las fábricas o se van a probar suerte a la delincuencia organizada. Y ni cómo culparlos.

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