El supuesto incendiario
El 19 de julio del año 64 d.C. se desató un incendio de grandes proporciones en la Ciudad Eterna. No fue el primero ni el último: en las zonas populares se apiñaban las casas de madera y durante seis días y siete noches las llamas se propagaron con facilidad y destruyeron diez de los catorce barrios romanos. El emperador Lucius Domitius Claudius Nero Cæsar Augustus, conocido popularmente como Nerón, y por cuya culpa ese apelativo se convirtió más tarde en nombre de perro, se encontraba en Anzio cuando empezó la catástrofe y se apresuró a volver. Ya en Roma,
se ocupó de atender a los damnificados, a quienes instaló en viviendas provisionales edificadas en el Campo de Marte, en los monumentos a Agripa y en los jardines de su propio palacio; hizo llevar provisiones adicionales a la ciudad y ordenó una reducción en el precio del trigo. Cuando pasó la emergencia, Nerón puso su empeño en la reconstrucción y el remozamiento de la ciudad.
Al parecer, era un gobernante indolente, vivía con la cabeza puesta en el arte y delegaba los asuntos de Estado en su mamá, en sus amantes (se acostaba casi con cualquier organismo que tuviera a la mano, incluida su hermana, a la que desposó) y en sus empleados, y el pueblo de Roma terminó por sublevarse. Exasperado, Nerón no encontró una salida mejor que clavarse, con ayuda de su liberto Epafrodito, un puñal en el pescuezo. Antes de la operación, dice la leyenda, gritó: “¡Qué artista muere conmigo!”
Algunos datos sugieren que no fue un emperador tan malo. Por ejemplo, se preocupó a su manera por tener contentos y bien abastecidos a los romanos y en materia de política exterior emprendió muy pocas guerras, cosa que no fue del agrado de una sociedad belicosa. En los días posteriores al gran incendio corrió el rumor de que el emperador se había trepado a la cumbre del Quirinal, en compañía de su lira, y que se había puesto a cantar a la vista de las llamas. Luego se dijo que el propio Nerón había provocado el incendio, ya fuera para remodelar la ciudad a su gusto, ya para sentir emociones fuertes que le procuraran inspiración poética. Suetonio (Caius Suetonius Tranquillus) se hizo eco de la conseja y la dio por buena: “Desagradándole, según decía, el mal gusto de los edificios antiguos, la estrechez e irregularidad de las calles, hizo poner fuego a la ciudad (…) Nerón estuvo contemplando el incendio desde lo alto de la torre de Mecenas, encantado, según dijo, de la hermosura de la llama, y vestido en traje de teatro cantó al mismo tiempo la toma de Troya”.
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Las ruinas de Roma
Eran mentiras, pero el pueblo estaba desesperado por la catástrofe y buscaba un chivo expiatorio. Entonces el emperador cometió una infamia verdadera: atribuyó a los cristianos la autoría del incendio y su gobierno emprendió una cruenta persecución
en la que perdió la vida Pedro, quien fue crucificado de cabeza en el sector norte del circo romano. Tácito lo cuenta de las de acá: “Ni con socorros humanos, donativos y liberalidades del príncipe, ni con las diligencias que se hacían para aplacar la ira de los dioses era posible borrar la infamia de la opinión que se tenía de que el incendio había sido voluntario. Y así, Nerón, para acallar esta voz y descargarse, dio por culpados de él y comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúnmente cristianos”.
La cristiandad tuvo su venganza póstuma. El canto de Nerón ante Roma incendiada se convirtió en un lugar común de la cultura occidental. Mil 500 años después,
un viejo romance castellano daba cuenta de la leyenda: “Mira Nero, de Tarpeya / a Roma cómo se ardía: / gritos dan niños y viejos, / y él de nada se dolía. (…) El que persiguió a cristianos, / el padre de tiranía, / de ver abrasar a Roma / gran deleite recebía. / Vestido en cénico traje / decantaba en poesía. / Todos le ruegan que amanse / su crueldad y su porfía: / cuando más todos le ruegan / él de nadie se dolía.” Ya en el siglo XIX, el romántico
Lamartine (Alphonse Marie Louise Prat de Lamartine, 1790 - 1869) se engoriló ante la crítica de un purista que le reprochaba el haber puesto su pluma al servicio de causas políticas y sociales (causas nobles, por cierto: durante la Segunda República se comprometió con la abolición de la esclavitud y de la pena de muerte, fomentó el derecho al trabajo y la capacitación laboral, y fue en todo momento partidario del pacifismo y de la democracia) y respondió con
un poema furibundo: “¡Vergüenza a aquel que canta mientras Roma se incendia / si no tiene alma y lira, y ojos de Nerón / mientras que el río ardiente de las llamas circula / de templos a palacios, y del Circo al Panteón!” (y disculpen ustedes la horrible traducción: “Honte à qui peut chanter pendant que Rome brûle, / S’il n’a l’âme et la lyre et les yeux de Néron / Pendant que l’incendie en fleuve ardent circule / Des temples aux palais, du Cirque au Panthéon!”) Lamartine dio por buena la calumnia histórica contra el emperador romano y los años posteriores convirtieron su poema en una descalificación revolucionaria y combativa de quienes, ante las tragedias sociales de su entorno, se dedican a hacer literatura carente de compromisos. “Vergüenza a aquel que canta mientras Roma se incendia” puede ser una invectiva contra Vicente Aleixandre, quien se quedó escribiendo poesía en la España franquista, o contra Jorge Luis Borges, quien vio pasar las dictaduras militares sin apartarse de sus obsesiones con gólems y bibliotecas, o contra muchos otros grandes escritores que en medio de las turbulencias y las matanzas hablan del amor, de la muerte, de los juguetes de su infancia o del simple gozo o del simple dolor de estar vivo en cualquier circunstancia.
El poeta
Compatriota de Lamartine, el trovador Georges Brassens se dio cuenta del equívoco y compuso una réplica al poeta romántico en la que hacía ver que si es condenable cantar mientras Roma arde entonces el canto es imposible porque el incendio no termina nunca: “Honte à cet effronté qui peut chanter pendant / Que Rome brûle, elle brûle tout le temps / Honte à qui malgré tout fredonne des chansons / A Gavroche, à Mimi Pinson.” (Digamos: “Vergüenza al descarado que es capaz de cantar / mientras se incendia Roma. Se incendia todo el tiempo. / Vergüenza a quien pese a todo tararea canciones / para Amarilis, para Galatea.” “¿Qué hacías en tiempos de la guerra de España, qué hacías cuando los alemanes invadían Francia, qué hacías durante el gobierno títere, qué, cuando la guerra de Indochina, qué, durante el conflicto en Argelia?”, pregunta un inquisidor simbólico, pero no imaginario, y el poeta responde con los títulos de las canciones que hacían furor en esas épocas. Y concluye: “El fuego de la ciudad eterna es también eterno. / Si dios quiere el incendio, quiere también las coplas. / A quién quieren hacer creer que el pueblo, cuando canta, es un cerdo?”
5 comentarios:
Me pregunto: si han transcurrido veinte siglos para no obtener certeza de la autoría del incendio más célebre de Roma, ¿podemos aspirar a que nuestras muchísimas dudas sobre nuestro presente dejen algun día de ser enigmas?
Del antecedente que representa Lamartine para la "literatura comprometida" y la buena respuesta que le dio Brassens, debo decirle que es el más bello de los textos que usted ha escrito.
Qué bueno que te latió, trátame de tú porque me siento como subgerente de sucursal bancaria cuando me tratan de usted, y no le des más vueltas: Nerón no incendió Roma.
Un abrazo.
Pedro Miguel, no conocía esta versión. La mayoría de las veces, los historiadores tienden a relatar en blanco o en negro; pocos son quienes se atreven a escribir en colores, a describir el lado humano de los protagonistas; eso es lo que cambia la historia.
Un abrazo
En la época contemporánea López Obrador incendió pozos petroleros en el sureste
De hecho incendió al país
Prohibido cantar
Un Abrazo
Antonio:
Otro día discutimos, en espíritu de camaradería y tolerancia, quién se empeña en incendiar al país. Pero, al margen de partidismos y pasiones políticas, me sorprende que un cruzado contra la ignorancia, como tú, repita esa falsedad de que "López Obrador incendió pozos petroleros en el sureste". Viejo, AMLO no incendió un pozo ni en Photoshop, y si acudes a las heremotecas de las décadas antepasada y pasada encontrarás que ni los medios más oficialistas dan asidero a tal especie, equivalente a la leyenda según la cual Salinas organizó el accidente en el que murió Clouthier, o al rumor de que Martita realmente le dio a beber toloache a Fox ("lo sé de buena fuente: les juro que la prima de un amigo de mi tía lavaba los vasos en Los Pinos, y dice que los que usaba el Presidente olían horrible"), expresiones ambas del imaginario colectivo que ningún espíritu riguroso tomaría por hechos históricos.
Otro abrazo.
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