18.11.07

Nueve días

Las primeras horas uno está como zombi. Conforme transcurren, uno se va rompiendo en pedazos, y llega al fondo. Al tercer o cuarto día surge de adentro la ilusión del olvido. Luego, conforme avanzan los días, uno va cayendo en la cuenta de que no habrá tal olvido, y que la resignación es el acto de acostumbrarse a vivir con el dolor de la pérdida, e incluso la determinación de tomarle cariño a ese dolor, como si transfiriera el afecto que se le tenía al difunto al afecto por una ausencia que duele y que hay que hacer compatible, de alguna pinche manera, con la vida que sigue. Nunca he rezado novenarios ni creo en esas cosas, pero a los nueve días de que Miguel Luna colgó los tenis, asumo que está presente, así sea en esa forma misteriosa, y que lo seguirá estando. Salud, tocayo, y aquí está tu hija en la línea.


Me apoyaba y defendía en las malas y las muy malas

Muchos me han dicho que era el papá que a uno le encantaría haber tenido. Yo tuve la inmensa suerte de que fuera el mío y por eso se me parte el alma en mil pedazos por su partida.

Mi papá, en inquebrantable equipo con mi mamá, me enseñó todo en esta vida.

Con él cada día era diferente y me sorprendía cada vez que hablaba con él, a veces llamándolo a las 3 de la mañana para platicarle una anécdota, un chiste, preguntarle algo o nada más recodarle cuánto lo quería… aunque eso lo hiciera refunfuñar.

Mi papá, que siempre me llamó Morbo o Alimaña con todo el cariño del mundo.

Mi papá que me ayudaba con las tareas, así como me apoyaba y defendía en las malas y las muy malas, entre el reconfortante humo de sus Delincuentes.

Mi papá que hace años quería conseguir una silla de ruedas eléctrica para andar por la ciudad, mientras los padres de mis compañeros corrían inútiles maratones.

Mi papá que me dijo, la primera vez que salí maquillada, “no te preocupes te ves muy bien, pareces cabaretera”.

Mi papá que como consuelo en mis desamores me hacía ver cuánta película de vampiros hubiera a nuestra disposición.

Mi pá que me traía varitas mágicas de Estados Unidos cuando viajaba contigo.

Mi papá a quien vi por última vez este mes de agosto, en esos días que fueron una despedida…y ahora me doy cuenta de que ambos lo sabíamos.

Mi papá que con el ejemplo me enseñó la integridad, el no venderse, el ser libre, la generosidad sin límites, el defender los principios de uno sin nunca ofender y tanto tanto más que si sigo no podré parar.

¡Oh qué la canción!, ya se me salen las lágrimas de nuevo en lo que trato de vivir en este mundo en el que desde hace una semana Miguel Luna ya no está.

Lo único que me queda es agradecerles una vez más todo su cariño y disfrutar de la vida tratando de estar a su altura, pues esa es la lección más importante que aprendí de Miguel Luna.

Valeria Luna

3 comentarios:

Gerardo de Jesús Monroy dijo...

Les envío un respetuoso saludo a Valeria y a don Pedro Miguel, con el afecto que siento por el escritor de quien disfruto periódicamente sus palabras; y espero que también con la comprensión que debiera darme haber sufrido una pérdida idéntica. Acaba de morir mi padre.

Un abrazo.

Atte. G.M.

Paul Medrano dijo...

Abrazo pues; pero nuestros muertos nunca mueren, hasta que los olvidamos.

Pedro Miguel dijo...

Erat: se van, los viejos, pero también se quedan adentro de nosotros, y desde allí nos siguen platicando. Te mando un fuerte abrazo.

P.D.: Ái te dejé otro himno a Pan.

No se olvidan nunca, Paul. Un abrazo.