En estos tiempos latinoamericanos en que los caudillismos y
hasta los liderazgos resultan una mala palabra, las figuras de Hugo Chávez y de
Vicente Fox vienen a romper la etiqueta política vigente. Son distintos a lo
conocido, heterodoxos y un tanto ríspidos; ostentan una intención
transformadora que parece peligrosamente cercana al “voluntarismo” --otra mala
palabra--; atropellan los protocolos y se expresan en un lenguaje entre arcaico
y simple; suscitan entusiasmos incondicionales y temores fundados y miedos
paranoicos. Ambos sustentan buena parte de su autoridad en el carisma personal;
son advenedizos en la política, en la cual realizaron carreras rápidas y
estruendosas.
Pese a sus procedencias, ante Chávez y Fox se desmoronan los
calificativos de izquierda y derecha. Originarios de las dos alas de esa cada
vez más inexpresiva geometría, ambos confluyen en una tercera vía que, hoy por
hoy, sigue siendo lo suficientemente nebulosa y amorfa como para incluir casi
cualquier postura políticamente correcta.
Por lo demás, los orígenes de uno y otro están a la vista en
sus respectivos discursos: el mandatario mexicano, de origen hacendario y
empresarial, pone el acento en los individuos, mientras que Chávez, un ex
militar progresista --sin que esté ya muy claro el significado de ese término--
ha preferido desempolvar el sustantivo “pueblo”, que es de donde él mismo
procede.
Por todas esas razones, Fox y Chávez desentonan en la foto
de los mandatarios latinoamericanos actuales, compuesta principalmente (y ya
sin el inefable Alberto Fujimori) por viejos políticos y hasta por políticos
viejos.
Otro dato sabroso de estos nuevos protagonistas es su
insistencia en el relanzamiento de procesos regionales de integración que,
hasta antes de ellos, parecían confinados al baúl de los símbolos o de las
reuniones de etiqueta (como las cumbres iberoamericanas) desprovistas de más
significado real que el esparcimiento social de los participantes.
Fox y Chávez suscitan, ambos, la sospecha de las intenciones
autoritarias. Pero en este punto las diferencias sustanciales no necesariamente
están en los propósitos reales de los dos presidentes, sino en sus respectivos
entornos políticos: el venezolano, elegido y reelegido en circunstancias que
podrían considerarse aplastantes, y con una clase política local desmoronada y
en bancarrota, tiene el camino libre para hacer prácticamente lo que quiera, no
sólo en el Congreso sino ante la ausencia de oposiciones viables y
consolidadas. El mexicano, en cambio, enfrenta un contrapeso legislativo ante
el cual la única manera posible de gobernar es por medio de la negociación con
fuerzas adversarias, así como un panorama de gobiernos locales y municipales y
una ciudadanía permeada por la voluntad de fiscalizar al gobierno.
El tiempo dirá en qué medida los electorados de Venezuela
--que vivió un bipartidismo asfixiante-- y de México (que recién sale de un
casi monopartidismo de siete décadas) acertaron o erraron al apostar por
respectivos desplazamientos radicales de sus clases gobernantes. En lo
inmediato, Fox y Chávez han movido las aguas, han dado de qué hablar y, al
menos en esa medida, resultan una bendición para los periodistas del
continente.